samedi 1 février 2014

De Madame du Deffand a Horace Walpole, el 23 de mayo de 1767

       
        En el género epistolar se cristalizan las preocupaciones de todas estas personas, la mayor parte del tiempo miembros de la aristocracia de antiguo régimen, que asisten al lento declive de la monarquía, del antiguo mundo y a la emergencia de nuevas estructuras sociales. Las cartas de Madame du Deffand están llenas de escepticismo frente a la vida, frente al entusiasmo científico de los enciclopedistas, frente al amor. Libertina en su infancia, pasa su juventud en el entorno del regente Philippe de Orléans y goza de su desenfado. Piadosa, ciega y ultraconservadora en su vejez. Incapaz de creer en las certezas del espíritu materialista, Madame du Deffand expresa con brío la sensación de la nada. Imbuida de negro se obsesiona con Horace Walpole – el creador de la novela negra. La mujer de mejor gusto de su época, la más adiestrada de las fieras en el arte de agradar se hunde en la fascinación del joven que lanzaría el género literario de peor gusto en la historia literaria del siglo dieciocho. Aquí propongo la traducción de una de sus cartas más llenas de desencanto. Un eco de su famosa sentencia: "No encuentro en mí más que la nada".

            Paris, sábado 23 de mayo de 1767

¿Usted piensa que yo quiero vivir ochenta años? Por Dios ¡Que maldita esperanza! ¿Acaso ignora que detesto la vida, que me deprime haber vivido tanto, y que nada me consuela del hecho de haber nacido? No estoy hecha para este mundo, no sé si exista otro, y en dado caso en que éste exista, sin importar cómo pueda ser, me produce pavor ya que no se puede estar en paz ni con los otros, ni consigo mismo. Siempre nos disgustamos con todo el mundo, con unos, porque creen que no los estimamos ni los apreciamos demasiado, con los otros por todo lo contrario. Habría que forjarse sentimientos al antojo de cada quien, o al menos fingirlos, y yo soy incapaz de hacerlo. La simpleza y lo natural son adulados, pero se detestan a quienes son sencillos y espontáneos;  aún sabiendo todo esto tenemos temor de la muerte, pero ¿por qué le tememos? No es solamente por la incertidumbre del porvenir sino más bien por la gran repulsión que nos causa nuestra destrucción, y que nuestra razón no logra vencer. Ah ¡ La razón ! ¡ La razón ! ¿Qué es la razón? ¿Cual es su poder? ¿Cuándo nos habla? ¿Cuándo podemos escucharle? ¿Que bien nos procura? Que triunfe sobre las pasiones no es cierto, e incluso si lograse detener los movimientos de nuestra alma estaría cien veces más en contra de nuestro bienestar que las mismas pasiones pues esto querría decir que hay que vivir para sentir la nada, y la nada (a la que le doy particular importancia) no está bien sino cuando no se siente. Le pido perdón por esta metafísica de cuatro pesos, usted está en todo su derecho de responderme ¡Conténtese con aburrirse y absténgase de aburrir a los otros! Tiene razón, cambiemos de conversación.

Detalle del retablo de Issenheim
     Usted me alertó sobre la enfermedad de su amiga sorda; pero yo no sé en que consiste el mal de San Antonio. He preguntado (pero no a un médico) y me han dicho que es una forma de peste; si esto es verdad debe ser contagioso, me alegra saber que se haya curado. Yo también estoy curada, a pesar de que aún tengo insomnio y algunos vapores, ya me acostumbré a ello.

     Anteayer recibí una carta de Voltaire, me encantaría que usted la leyese, es mucho mejor que su poema de Ginebra, pero me contentaré con transcribirle un fragmento. Hace el elogio de la zarina : « Soy su caballero en contra de todos. Sé muy bien que se le reprochan algunas bagatelas con respecto a su marido pero esos son asuntos de familia en los que no me entrometo; y entre otras cosas, no está mal que se haya hecho de esto un error por reparar, pues obliga a hacer un gran esfuerzo para imponer estima y admiración al público». Adujnta a su carta un pequeño impreso sobre los panegíricos lleno de elogios esta Catalina.

     Jean-Jacques es un gran loco ya que logra causarle remordimientos a usted lo cual entiendo fácilmente. Hay que evitar hacerle mal a cualquier persona y sobre todo a aquellos que nos estiman y nos aman. No sé lo que es mi famosa réplica, y que yo sepa nunca he dicho otra aparte de aquella sobre Saint-Denis