dimanche 3 février 2013

AVISO AL LECTOR


   Traducción libérrima del Aviso al lector con que Julien Gracq nos presenta En el Castillo de Argol (1938) su primera novela. Entre disquisicones hegelianas y escalofrios sepulcrales dignos de Ann Radcliffe la sombra de la novela negra se proyecta en este texto. Para la realización de esta traducción me he basado en la edición de 2003  de José Corti (pp. 7 - 11). Este texto bien podría ser asemejado a una increíble матрёшка en la que cada proposición y aseveración esconde otra que la afirma o la matiza, proeza técnica de la escritura.








   Quizás no sea muy necesario presentar un relato cuyo contenido puede ser asemejado de manera visibley por esto no presentaré aquí ninguna excusaa ciertos trabajos de una escuela literaria que fue la únicala discusión a este respecto, no es ya posibleen legarnos, en el periodo de la post-guerra, algo más que la esperanza de una renovacióny también la única en reavivar las delicias agotadas del siempre infantil paraíso de los exploradores. La potencia transfiguradora, la eficacia fulminante de ciertas aparicionespara nada quiméricassurgidas en un andén, en una habitación vacía, en un bosque, a la vuelta de un camino, la capacidad de estas mismas para marcar indefinidamente con su garra a todos los que caen en sus trampas, tales nociones se han tornado hoy en día demasiado familiares como para que parezca decente seguir insistiendo en ellas. Tal vez no quedaba más que arrojar esta nueva luz sobre algunos problemas humanos mal definidos, y que sin embargo siguen despertando pasiones, a juzgar por el empeño que han puesto la mayoría de religiones en concederles el primer plano de sus teodiceas. El primer puesto de estos problemas lo ocupa el problema de la salvación, o, más concretamente el del salvador o el del culpable de nuestra condena – con justa razón nunca hemos prescindido del intercesor por miedo a retirar cualquier eficacia a la gracia obtenida – ya que ambas determinaciones no puden separarse dialécticamente. Incluso en este sendero poco frecuentado, no han faltado quienes nos abran el camino. La obra de Wagner se cierra con un testamento político que Nietzsche desacertó en arrojar muy ligeramente como pasto a los cristianos, contrayendo así la grave responsabilidad de extraviar a los críticos en un orden de investigaciones tan visiblemente superficial como lo es la violenta molestia que sentimos hoy en día al oir hablar dela aceptación por el maestro del misterio cristiano de la redención”. Al contrario, la obra de Wagner siempre ha tendido de manera nítida a seguir ampliando las órbitas de su búsqueda subterránea, o más exactamente, infernal, esta búsqueda bastaría, por misma, para darnos a entender que Parsifal tiene otro significado completamente distinto al de la ignominia de la extrema unción de un cadáver, que por lo demás es, en demasía, sensiblemente recalcitrante. Y si este escueto relato no fuese considerado más que como una versión demoníacay por ende perfectamente autorizada – de la obra maestra, podría esperarse que solo de ese punto emergiese algún rayo de luz incluso para los ojos que no quieren ver.
   Las circunstancias, que a menudo han sido tildadas de escabrosas y que circundan la acción de esta nouvelle no le son de ningún modo esenciales. Pensándolo bien, creo que no habría otra forma diferente de considerarlas honestamente más que como el gesto instintivo de un pudor comprensible puesto que solamente la mente puede eximirse aquí de un talno os déjeis engañar” La inalterable resistencia de fenómenos tales como los que acabo de evocar a toda solicitación, por mas familiar que ésta pueda parecer, tiene que ser entendida como la única razón de la mediocre capacidad que tiene este relato de ponerse al alcance de todos.
   Es obvio que sería demasiado ingenuo considerar bajo un prisma simbólico los objetos, actos o circunstancias como los que parecen erigir, en ciertas intersecciones de este libro, una silueta siempre desdichada del poste indicador. La explicación simbólica es un emprobrecimiento tan grotesco de la porción invasora de lo contingente, generalmente escondido por la vida real o imaginaria, que, aparte de cualquier idea indicadora, sólo la noción – virgen y accesible, al rededor de cada acontecimiento – de las circunstancias fuertes y de las circusntancias débiles, podrá, en cualquier caso, y en este en particular, reemplazarla ventajosamente. El vigor, por sí solo convincente, de quelo que está dadocomo lo expresa tan grandiosamente la metafísica, en un libro como en la vida, debería excluir para siempre todas las evasiones de la necia fantasmagoría simbólica e incitarnos de una vez por todas a un acto decisivo de purificación.
   En cuanto a las maquinas de guerra, que en este relato han sido puestas en marcha por todo lado, y cuya función es poner en movimiento los resortes del terror que siempre se manipulan con mucha dificultad, debo decir que me he esmerado en que no fuesen, y sobre todo, en que no pareciesen inéditas, y por ende pudiesen desempeñar desde lo mas lejos posible el papel de una señal de advertencia. No pude dejar de lado el siempre cautivador repertorio de los castillos en ruinas, de los sonidos, de las luces, de los espectros en la noche y de los sueños que nos hechizan antes que nada por su completa familiaridad, y que dan al sentimiento del malestar su virulencia indispensable advirtiendónos con antelación que vamos a temblar – sin que se cometiera un error de gusto de los mas groseros. Así como los estratagemas de guerra no se renuevan sino copiándose unos a otros – haciéndonos experimentar esa sensación de entorpecimiento creador, de gloria y al mismo tiempo de melancolía que se apodera de nosotros cuando pensamos en que la batalla de Friedland es la Cannes y que Rossbach es una repetición de Leuctres(I) – parece ratificarse definitivamente el hecho de que el escritor no puede vencer mas que bajo estos signos consagrados y que sin embargo pueden multiplicarse indefinidamente. Ojalá puedan movilizarse aquí las potentes maravillas de los Misterios de Udolfo, del Castillo de Otranto, y de la casa Usher para que comuniquen a estas débiles sílabas un poco de la fuerza del embrujo que han conservado sus cadenas, sus fantasmas, y sus ataúdes : el autor no hará más que rendirles un homenaje, hecho explícito con deliberada intención, por el encanto que siempre han vertido inagotablemente en él.




1938.




(I)Bajo reserva de confirmación.