mardi 30 septembre 2014

Entre ocultamiento del mito y negación de lo negro

Pasiphaé d'André Masson, 1937
Líneas que me arrancan al balanceo de las cajas de metal y al sucederse de los días y las noches. Antídoto contra la despersonalización del mundo.

"Inacabados o transformándonos en lo que no sabemos ser, avanzamos entre dos inhumanidades. El saber cojo vuelve a los suelos oceánicos para traspasar la reja de los objetos, allí donde no hay más identidad ni conocimiento. Dato nuevo, desde que desaparecemos de nosotros mismos, entre el fin de los “grandes relatos” y la multiplicación de las perspectivas que la técnica no deja de producir a través sus juegos de espejos".


Annie Le Brun, Si rien avait une forme ce serait cela, Gallimard 2010, pag. 101

vendredi 25 avril 2014

MAGOS Y NIGROMANTES

DE LOS METODOS EMPLEADOS POR LOS MAGOS Y LOS NIGROMANTES PARA EVOCAR EL ALMA DE LOS MUERTOS

            Según lo que acaba de decirse, se hace manifiesto que las almas siguen amando el cuerpo que abandonan después de la muerte como aquellas almas cuyo cuerpo reclama una justa sepultura o que han abandonado el cuerpo por muerte violenta y erran aún en torno al cadáver en un estado perturbado y húmedo, atraídas de cierta forma por el hecho de que hubiese una afinidad con éstos últimos. Ahora bien, conociendo los vínculos que las unían en el pasado con el cuerpo, se puede fácilmente evocarlas y atraerlas por esos mismos vapores, licores y sabores; algunas luces artificiales también pueden ser utilizadas, como las canciones, ruidos, o cualquier otra cosa que estremezca la armonía imaginativa y espiritual del alma; tampoco puede restársele importancia a las invocaciones sagradas y a todo lo que pertenezca a la religión arguyendo la superioridad de la parte racional del alma que se sitúa en lo más alto de la naturaleza.

            La nigromancia debe su nombre al hecho de que tiene como objeto a los cuerpos muertos y que da respuestas a nuestras preguntas por intermedio de los fantasmas, de las apariciones de los muertos y de los espíritus subterráneos. Atrae a los cuerpos de los muertos por medio de ciertos encantos diabólicos y ciertas invocaciones infernales, como también por inmolaciones y oblaciones perversas.

Le cauchemar quittant deux femmes endormies, 1810, Fussli.

            Existen dos clases de nigromancia: la aparición de los cuerpos que no puede efectuarse sin que haya derramamiento de sangre y la sciomancia para la cual es suficiente la simple evocación de las sombras. En conclusión, la nigromancia realiza todos sus experimentos con la ayuda de los cuerpos de la gente que ha sido asesinada, de sus huesos, de sus miembros y todo lo que les pertenece ya que estas cosas contienen un poder espiritual que les es íntimo. Estas atraen con facilidad a los espíritus malvados por el parecido y las cualidades que tienen todos los espíritus familiares. Dichas cualidades ayudan al nigromante, y le permiten, ejercer un poder sobre cosas humanas y terrestres, pero también despertar deseos ilegítimos, provocar sueños, enfermedades, odios y otras pasiones parecidas. Pueden también conferirles los poderes del alma que, aún envuelta en un espíritu perturbado y húmedo, erra en torno al cuerpo abandonado, y puede cometer los mismos actos que los espíritus malignos, y así descubrir experimentalmente que las almas malignas e impuras violentamente despojadas de su cuerpo así como las de los hombres muertos sin expiación y sin sepultura, erran en torno a los cadáveres y son atraídas a ellos por sus afinidades. Para efectuar su arte, las brujas engañan con facilidad a estas almas, se apoderan de sus cuerpos o les extraen una pequeña porción, los obligan por medio de encantos diabólicos, los engañan con cadáveres deformados, dispersos en los vastos campos, con las sombras errantes de los que no tienen sepultura, con los fantasmas expulsados del Aqueronte, con los huéspedes del infierno que una muerte inopinada arrojó allí y con los deseos horribles de los diablos condenados y orgullosos, vengadores del mal. Pero aquel que pudiese verdaderamente devolver estas almas a sus cadáveres, debe primero saber cuál es la verdadera naturaleza del alma que abandonó el cuerpo, cuales son los múltiples grados de perfección que la constituyen, qué inteligencia le influye vida, a través de cuál medio se expande en el cuerpo, cuál armonía la vincula a este último, qué afinidad tiene con Dios, con las inteligencias, los cielos, los elementos de toda otra cosa de la cual ella es la imagen y con la que tiene algún parecido. En conclusión, las influencias por las que el cuerpo puede ser reanimado para la resurrección de los muertos exige un poder que no pertenece a todos los hombres sino sólo a Dios y a aquel a quien él los ha comunicado.


ACERCA DE LOS SUEÑOS PROFÉTICOS

            Entiendo como sueño todo aquello que proviene de la imaginación y del intelecto o sea la ilustración del intelecto que gobierna nuestra alma, la verdadera revelación de un poder divino  en un espíritu sereno y purificado. Pues por medio del sueño nuestra alma recibe verdaderos oráculos y nos libra numerosas profecías. En los sueños a veces parece que nos formulamos preguntas y luego aprendemos a descubrirlas. Igualmente muchas cosas inciertas, muchas actitudes, muchas cosas desconocidas o rechazadas por nuestro espíritu o que nunca nos atrevimos a emprender, todo eso se nos manifiesta en los sueños. La representación de cosas y lugares desconocidos, también se ofrece a nosotros en éstos así como la imagen de hombres vivos o muertos y de acontecimientos que aún no han acaecido. También nos son revelados acontecimientos de otras épocas de los que ignoramos todo. Estos últimos sueños no necesitan un arte de la interpretación como aquellos de los que hemos hablado anteriormente pertenecientes a la adivinación y no a la premonición. Suele suceder que la mayoría de personas que tienen un sueño, la mayor parte del tiempo no los comprenden, pues el soñar depende del poder de la imaginación y comprenderlos del poder de la comprensión. Es por todo esto que todo aquel cuyo intelecto haya sido vencido por un recurso excesivo a la carne se encuentra en un estado de profundo sueño como aquel cuyo poder imaginativo o fantástico es demasiado pobre o grosero para recibir lo que proviene del intelecto superior y las representaciones que resultan de esto. Este tipo de hombre, está poco habilitado para recibir por estos intermediarios sueños y profecías.

            Entonces es necesario que el que recibe verdaderos sueños conserve un espíritu imaginativo puro que no esté ni perturbado ni agitado y que lo prepare para ser digno de recibir el conocimiento que le aportan el espíritu y la razón. Un tal espíritu es muy apto para hacer profecías y representa un espejo completamente claro de todas la imágenes que emanan de todas las cosas.


Somos aptos para profetizar cuando estamos sanos de cuerpo, cuando nuestro espíritu no está perturbado ni nuestra inteligencia oscurecida por las carnes y las bebidas, cuando no estamos entristecidos por la pobreza, ni empujados a la lujuria, ni incitados por un vicio, ni agitados por la irritación o la cólera, ni llevados a la irreligiosidad o a la profanación, ni somos proclives a la frivolidad o no estamos arrastrados por la ebriedad. Cuando vamos a la cama con castidad y nos dormimos inmediatamente entonces nuestra alma pura y divina, libre de todos los males que acabo de enumerar y aislada de todo pensamiento nocivo, ahora que es liberada por el sueño es comblada por un espíritu divino que le sirve de instrumento y recibe los rayos y las representaciones que le son enviados de cierta forma, y que brillan desde el Espíritu Divino hasta ella. Y como en un espejo que la deífica contempla todo de manera más cierta, más clara y más eficaz que por una encuesta grosera y por el discurso de la razón. Como las potencias divinas que instruyen el alma han sido invitadas a relacionarse con ellas en un momento de soledad nocturna, el don que gobierna todos sus actos no le hará falta al despertar.

            Así entonces, aquel que por la meditación calmada y religiosa, y por un régimen razonable y moderado en armonía con la naturaleza, conserva su espíritu puro, se prepara a ser y por este medio se vuelve (en cierta medida) divino. Y como lo conoce todo, lo merece todo con toda razón. Al contrario, el que se marchita con el espíritu ocupado en pensamientos fantásticos, no recibe más visiones distantes ni claras, sino que, estando debilitado y modificado por sus visiones, juzga confusa e indistintamente como cuando estamos dominados por el vino y la ebriedad. Juzga como cuando nuestro espíritu es asfixiado por vapores nocivos – y como agua agitada que puede tomar diferentes formas –  es decepcionado y pierde todo su sabor. Es por esto que yo aconsejaría a quien quiera recibir oráculos en sus sueños abstenerse durante un día entero de comer carne y durante tres días no beber vino ni licores fuertes, no beber más que agua pura. Los espíritus puros son atraídos por los seres puros y religiosos pero huyen de los que se ahogan en la bebida y se colman de comida. A pesar de que los espíritus impuros transmiten importantes secretos a quienes parece que estuvieran embrutecidos por el vino y los licores, tales comunicaciones deben ser menospreciadas y rechazadas.

            Hay cuatro órdenes de verdaderos sueños. El primero es el matutino y se sitúa entre el sueño y la vigilia. El segundo es aquel en el que vemos algo que concierne a otra persona. El tercero aquel cuya interpretación es dada al soñador durante el transcurso de una visión nocturna. Y el último aquel que es repetido a la misma persona que sueña durante la visión nocturna.


Libro II, capítulos XIX y XX de The Magus or Celestial Intelligences, 1801. Traducido a partir de la versión francesa publicada en Romantisme noir, Les Cahiers de l’Herne, Editions de l’Herne, Paris, 1978 pp. 112-114.




mardi 22 avril 2014

Adaptación, rayana en el plagio, de algunas reflexiones de Delphine (1802) por un lector incauto del siglo XXI

                                                                                           
Para Madame de Staël el objetivo de la escritura de una novela es desvelar los secretos del corazón humano.

Observer le cœur humain c’est montrer à chaque fois l’influence de la morale sur la destinée ; il n’y a qu’un secret dans la vie, c’est le bien ou le mal qu’on a fait.

Su proyecto romanesco se pone en acción en Delphine (1802). En el prólogo a dicha novela enuncia las ventajas de la escritura sobre la vida y la superioridad que tiene la ficción con respecto a las circunstancias de la realidad para instruir el corazón y la moral del ser humano. Mientras escribe esto los novelistas góticos descubren – tal vez sin quererlo y hasta esto último de pronto es una invención de la crítica moderna –  la hostilidad de la realidad y la realidad objetiva del mal.

 Le Retour de Marcus Sextus (1799) de Guérin. Tout rappelle la mort dans ce tableau; il n’y a de vivant que la douleur. 

Consideraciones novelísticas del prólogo de Delphine          

            Creo entonces que las circunstancias de la vida, pasajeras como lo son, nos instruyen menos sobre las verdades durables que las ficciones fundadas en dichas verdades, y que las mejores lecciones de la delicadeza y del orgullo pueden encontrarse en las novelas en las que los sentimientos se pintan con suficiente naturalidad para que ustedes crean que están asistiendo a escenas de la vida real leyéndolas.

Fragmentos de la Respuesta de Delphine a la señora de Albemar

Paris, 1 de Mayo de 1790
15 de abril de 2014


            Las cualidades naturales bastan para ser honesto cuando se es feliz, pero cuando el azar y la sociedad lo condenan a uno a luchar contra su corazón, se necesitan principios cuidadosamente pensados para defenderse de sí mismo, y las personalidades más amables en las relaciones habituales de la vida son las que más peligro corren cuando la virtud entra en combate con la sensibilidad

            Primero, creo en general que un hombre de carácter frío es el más propicio para hacerse amar fácilmente por un alma apasionada. Cautiva y sabe mantener el interés haciendo suponer que existe un más allá de lo que expresa, y sin abandono puede, al menos por un momento, excitar aún más la inquietud y la sensibilidad de otro hombre. Las relaciones así establecidas tal vez no sean las más felices ni duraderas pero agitan con más fuerza a un corazón bastante débil para librarse a ellas. Federico, solitario, exaltado e infeliz se dejó arrastrar tanto por sus propios sentimientos que no se puede acusar al señor de Serbellane de haberlo seducido.

            Sin detenerme mucho tiempo en mí, le diré que, como la mayoría de la gente de mi edad, cometí muchos errores al entrar en la carrera peligrosa de este mundo. Estos errores, por una combinación de circunstancias tuvieron desenlaces funestos. De todas las penas que experimenté me quedó suficiente calma en mis propias impresiones pero también un profundo respeto por el destino de las personas que, de cierta forma, dependen de mí. Las pasiones impetuosas tienen como objetivo nuestra satisfacción personal, estas pasiones están muy frías en mi corazón pero yo no estoy cansado con mis deberes y no tengo nada mejor que hacer que evitar el dolor a aquellos que me aman, ahora que no puedo tener ni un gusto vivo ni una voluntad fuerte que tenga como propio objetivo mi propia felicidad.



jeudi 13 mars 2014

La multiplicidad de los otros en nosotros. Retrato probable de Madame de Lambert por Marivaux.

       
Detalle de L'Amour paisible de Watteau. 
    No sería posible dar cuenta de lo que son las personas, al menos a mí no me sería posible, a la gente con la que vivo la conozco mejor de lo que la pudiese definir. Hay cosas en ellos que nunca he entendido, hay cosas en ellos que no he terminado de entender como para decirlas, cosas que sólo percibo para mí y no para los otros, o que, si tratase de decir, diría mal. Son objetos de sentimiento tan complicados y de una nitidez tan delicada que se vuelven borrosos desde que mi reflexión trata de mezclarse con ellos. Ya no sé por dónde cernirlos para expresarlos de modo que están en mí y no me pertenecen.

            Mi benefactora, que aún no he mencionado, se llamaba Madame de Miran, podía tener fácilmente cincuenta años. A pesar de que hubiese sido una bella mujer, tenía algo demasiado bueno, demasiado razonable en la fisionomía, que lograba dañar sus encantos y que les había impedido llegar a ser tan sabrosos como hubieran podido serlo. Cuando se tiene un aspecto tan bueno, por esto mismo se es menos bella; un aspecto de franqueza y de bondad tan dominante es completamente contrario a la coquetería; solamente denota el buen carácter de la mujer no su gracia. Hace ver a la persona más estimable pero su rostro se torna indiferente de tal manera que  parecemos más alegres estando con ellas que mirándolas con curiosidad.

samedi 1 février 2014

De Madame du Deffand a Horace Walpole, el 23 de mayo de 1767

       
        En el género epistolar se cristalizan las preocupaciones de todas estas personas, la mayor parte del tiempo miembros de la aristocracia de antiguo régimen, que asisten al lento declive de la monarquía, del antiguo mundo y a la emergencia de nuevas estructuras sociales. Las cartas de Madame du Deffand están llenas de escepticismo frente a la vida, frente al entusiasmo científico de los enciclopedistas, frente al amor. Libertina en su infancia, pasa su juventud en el entorno del regente Philippe de Orléans y goza de su desenfado. Piadosa, ciega y ultraconservadora en su vejez. Incapaz de creer en las certezas del espíritu materialista, Madame du Deffand expresa con brío la sensación de la nada. Imbuida de negro se obsesiona con Horace Walpole – el creador de la novela negra. La mujer de mejor gusto de su época, la más adiestrada de las fieras en el arte de agradar se hunde en la fascinación del joven que lanzaría el género literario de peor gusto en la historia literaria del siglo dieciocho. Aquí propongo la traducción de una de sus cartas más llenas de desencanto. Un eco de su famosa sentencia: "No encuentro en mí más que la nada".

            Paris, sábado 23 de mayo de 1767

¿Usted piensa que yo quiero vivir ochenta años? Por Dios ¡Que maldita esperanza! ¿Acaso ignora que detesto la vida, que me deprime haber vivido tanto, y que nada me consuela del hecho de haber nacido? No estoy hecha para este mundo, no sé si exista otro, y en dado caso en que éste exista, sin importar cómo pueda ser, me produce pavor ya que no se puede estar en paz ni con los otros, ni consigo mismo. Siempre nos disgustamos con todo el mundo, con unos, porque creen que no los estimamos ni los apreciamos demasiado, con los otros por todo lo contrario. Habría que forjarse sentimientos al antojo de cada quien, o al menos fingirlos, y yo soy incapaz de hacerlo. La simpleza y lo natural son adulados, pero se detestan a quienes son sencillos y espontáneos;  aún sabiendo todo esto tenemos temor de la muerte, pero ¿por qué le tememos? No es solamente por la incertidumbre del porvenir sino más bien por la gran repulsión que nos causa nuestra destrucción, y que nuestra razón no logra vencer. Ah ¡ La razón ! ¡ La razón ! ¿Qué es la razón? ¿Cual es su poder? ¿Cuándo nos habla? ¿Cuándo podemos escucharle? ¿Que bien nos procura? Que triunfe sobre las pasiones no es cierto, e incluso si lograse detener los movimientos de nuestra alma estaría cien veces más en contra de nuestro bienestar que las mismas pasiones pues esto querría decir que hay que vivir para sentir la nada, y la nada (a la que le doy particular importancia) no está bien sino cuando no se siente. Le pido perdón por esta metafísica de cuatro pesos, usted está en todo su derecho de responderme ¡Conténtese con aburrirse y absténgase de aburrir a los otros! Tiene razón, cambiemos de conversación.

Detalle del retablo de Issenheim
     Usted me alertó sobre la enfermedad de su amiga sorda; pero yo no sé en que consiste el mal de San Antonio. He preguntado (pero no a un médico) y me han dicho que es una forma de peste; si esto es verdad debe ser contagioso, me alegra saber que se haya curado. Yo también estoy curada, a pesar de que aún tengo insomnio y algunos vapores, ya me acostumbré a ello.

     Anteayer recibí una carta de Voltaire, me encantaría que usted la leyese, es mucho mejor que su poema de Ginebra, pero me contentaré con transcribirle un fragmento. Hace el elogio de la zarina : « Soy su caballero en contra de todos. Sé muy bien que se le reprochan algunas bagatelas con respecto a su marido pero esos son asuntos de familia en los que no me entrometo; y entre otras cosas, no está mal que se haya hecho de esto un error por reparar, pues obliga a hacer un gran esfuerzo para imponer estima y admiración al público». Adujnta a su carta un pequeño impreso sobre los panegíricos lleno de elogios esta Catalina.

     Jean-Jacques es un gran loco ya que logra causarle remordimientos a usted lo cual entiendo fácilmente. Hay que evitar hacerle mal a cualquier persona y sobre todo a aquellos que nos estiman y nos aman. No sé lo que es mi famosa réplica, y que yo sepa nunca he dicho otra aparte de aquella sobre Saint-Denis 

mercredi 6 mars 2013

Acerca del tarot de Marsella


  El texto que presento a continuación hace parte de esos caprichos literarios que me incitan a escapar del aburrimiento del trabajo académico o de las cosas que, en virtud de su repetición o de su cercanía, se tornan banales y hasta vacías de interés. En mis busquedas bulímicas de pequeñas joyas literarias, de las que está incrustado el siglo veinte, lo encontré – como a las cartas mismas – completamente por casualidad. Más bien sin haberlo buscado. Lo escuché, primero, como los rumores de adivinación a los que no acordaba demasiada importancia en el patio de mi colegio bogotano, mientras la horda de curiosos crecía en torno a la pitonisa. El tarot, con el tiempo, terminó ejerciendo plenamente su encanto gratuito sobre mi espíritu.

  Traducir este prólogo me brinda el placer de verle nacer de nuevo y de rememorar muchas cosas que desafortunadamente no tienen ya cabida en mi morada parisina. El prólogo que libro aquí a mis escasos lectores apareció en una reedición de 1949 de un libro de Paul Marteau cuyo título es El Tarot de Marsella.1 Marteau, gran maestro cartero de Francia, fue uno de los directores de la casa Grimaud reconocida mundialmente por la calidad de sus barajas. Su oficina ofrecía algo bastante parecido al escenario de un sueño : muros tapizados con barajas de todo género y de todas las épocas.2 Su libro igualmente es luminoso. Por lo demás, Jean Paulhan, el autor del prólogo, fue un crítico literario que se interesó, entre otras cosas, por la obra de Sade, en la época en la que ésta ejercía su influencia más vehemente, en la que el mismo Sade parecía desdibujarse tras las voces y las plumas de sus lectores-machos-activos y en la que se subrayaba, tal vez de manera recalcitrante, su modernidad.

  Lo oculto permanece oculto y tan pronto como es revelado, se deshace. La oscuridad es, como diría Lezama, nuestra luz. La oscuridad de todas esas entidades que nuestra modernidad empujó a lugares marginales, pero que le inyectaron a nuestro mundo un un germen de violenta fantasía como la alquimia, las novelas pornográficas, los tarots o, en últimas, la novela negra, siguen ejerciendo su encanto. Quiera el misterioso designio de las cosas ensombrecer por completo nuestra época árida, de explanadas vacías, azotadas por el viento y exentas de cualquier irregularidad.

Prólogo acerca del uso correcto de los tarots



  Sobre la naturaleza de los tarots hay quienes casi no entienden nada y quienes entienden demasiado. Unas veces los erúditos ven en ellos un almanaque perpetuo y otras veces un curso de moral, un tratado de ocultismo, una metafísica y una alquimia, un juego, la simple fantasia de un cartero, un tratado de ocultismo o una mancia. Sus comentarios, a veces gratuitos y violentos, dan ganas de no abordar el tarot más que con rigor, así nos tengamos que limitar a unas cuantas líneas.
  Sin embargo, el siempre amateur del tarot, su usuario (si se puede decir así), nunca duda en hacerlo. Mientras maneja sus cartas, y las hace girar y volver a girar, piensa en asistir al desarrollo real de las cosas de las que no veía hasta este momento más que la apariencia. Como si hubiese puesto una reja sobre el mundo, cualquier evento le revela de repente su lado oculto, sus fantasias, sus razones singulares. El tarot, según la época, hace las veces del adivino, de la sibila, del gueridón con tres pies y de la jóven sensible, y vagamente sonámbula – a veces siriventa – que en el tiempo de Mesmer informaba, cada noche, a la familia entera sobre el origen del mal, los paisajes del infierno y el tratamiento de los reumatismos.

1. Los arcanos y la ley de la especialidad


  Los tarots son una lengua de la que sólo conocemos el alfabeto. Ese alfabeto comprende setenta y ocho letras que parecen pictogramas o jeroglíficos, o sea, que a primera vista tienen algo misterioso y a la vez ingenuo, pero también sutil. Aparecen en ellos un papa, un cangrejo de río, el sol y la luna, un ilusionista y un hombre colgado. Es un alfabeto en el que cada letra (como quisieramos a veces, en vano, que fuesen nuestros alfabetos) parece llevar ya su sentido. Empero, las obras y los monumentos literarios de esta lengua se disipan tan pronto como han sido formados : por mucho podemos distinguir diversos géneros que se llaman gran juegopequeño juegosorteo mediogran sorteocumplimiento y el resto.
  Por otro lado, el tarot no es más que la baraja común de cartas – exactamente como el francés es un latín un poco más evolucionado ; o el malayo un malgache primitivo. Para saber cual fue primero se debate sin grandes pruebas. El hecho es que los dos tienen el mismo uso : unas veces sirve para el juego puro y simple – juego lombardo o tarochino para el honor y la ganancia – el piquet o la imperial. Otras veces sirve para consultar el destino. Y entre el juego y la consulta sirve para todas las combinaciones que nos podamos imaginar. El jugador de belota en el café, que tiembla primero frente a sus cartas, les lanza una mirada de soslayo y luego exclama : « No hay oportunidad sino sólo para la plebe » (la plebe es su adversario) o incluso : « Definitivamente, Dios está en contra mía », tiene la gran preocupación de que alguien pague sus bebidas. Interroga a los dioses y trata de avergonzarlos.
  Como el uso es el mismo, las figuras son análogas : los mismos honores, los mismos reyes, las mismas reinas, (o damas o mujeres), los mismos sirvientes (lanzados en el tarot de los caballeros). Las mismas cartas numerales : el as, el dos, el tres, el cuatro y toda la serie hasta diez. Y en unas cartas los « colores » son simplemente : tréboles, diamantes, corazones y picas, mientras que en las otras son bastos, oros, capas y espadas. Sin embargo existe otra diferencia más sensible. Son los veintidos arcanos – aún se suele llamarles ases, o triunfos – del tarot que superan en el juego a cualquier otra carta y que, en la adivinación, señalan las intenciones mayores del destino.
No es esta última una diferencia anormal o sorprendente. Los lingüistas acostumbran a distinguir entre lenguas sintéticas y analíticas. Agregan que es muy común ver una lengua analítica tender a la síntesis o ver a una sintética tender al analísis, según la ley de la especialidad. Es así como el francés dice más puro mientras que el latín decía con una sola palabra purior, o al amor mientras que el latín decía amori, o incluso del árbol en lugar de arborisDeamás, son exponentes. La mayoría de éllos son antiguos sustantivos, adjetivos o adverbios que fueron extraídos de lo común y dotados de una fuerza activa.

  Lo mismo ocurre con los arcanos. En el juego corriente, cada color puede convertirse en as. Para lo cual, según el caso, basta con el azar de darle vuelta a una carta, o con la decisión de un jugador (que se compromete, al precio de esta concesión, a sacar de sus cartas un partido sensacional). Empero en el tarot, los ases hacen banda aparte. No dependen ya de ningún color. No están provistos de números ni de cifras. En pocas cuentas, se han vuelto exponentes, cada uno de ellos parece señalar en adelante – como ocurre con las preposiciones – sus matices particulares ; mientras que el conjunto señala una intención común. 


2. Desorden y metamorfosis


  ¿Cuál intención? Si miro con paciencia estos singulares pictogramas lo primero que me asombra es su diversidad. Es como si todos los pueblos y todas las mitologías hubiesen sido llamados a colaborar con ellos (¿como podría entendérseles de otra forma?) Ese diablo rodeado de dos diablillos, ese juicio final – con su trompeta estruendosa y con la resurección de los cuerpos – son descendientes directos de Cristo. De acuerdo. Pero ¿ Qué pasa con la papisa? Aquí hay algo que se parece más bien a la blasfemia. En realidad, se aparenta más a Isis con el gran libro de la naturaleza (que no lee) sobre su canto, detrás suyo hay un manto tendido. La rueda de la fortuna, con su esfinge, su mono y su perro, también nos remite al Egipto antiguo. Además, el Enamorado, el Mundo, el Carro del Triunfo, parecen evocar más bien a los griegos y a los romanos. Y hay otras alusiones más precisas. El Cangrejo de río (o Cancer), los Gemelos, las Pléyades corresponden evidentemente a la astrología, mientras que el Papa entre las columnas Jakin y Boas, pertenece a la iniciación masónica. La transmutación de los metales corresponde a la alquimia medieval.
  Otras laminas parecen evocar simplemente proverbios. La templanza echa agua a su vino3 : la Estrella (¿pero por qué la Estrella?) lleva agua al río. Los perros ladran a la Luna. En resumidas cuentas, no hay religión ni ciencia que no esté involucrada en menor o mayor medida. Es como si el autor desconocido del tarot hubiese logrado cierto conocimiento capaz de dividir la unidad profunda de cada una de ellas, y pudiese englobarlas a todas bajo una misma mirada. O si se prefiere que sacase provecho, al azar, del montón de creencias en las que todos estamos sumergidos, para su colección de imágenes. Hay que mirar esto con más detención.
Así, cada carta a su manera, ofrece en profundidad el mismo desorden. ¿Ese viejo ataviado con una esclavina roja, traje azul y tiara amarilla es realmente un papa? (como todos sabemos tanto el traje como la tiara deberían ser blancos). ¿Y por qué la Muerte siega las cabezas y las manos ya enterradas? ¿Se trataría acaso de una segunda muerte? En cuanto al Hombre Colgado ¿de dónde saca su apariencia triunfante y su traje de fiesta? Y si se gira la carta ¡aparece colgado por un pie! ¿Cómo explicar su apariencia de bailarín? ¿Por qué el Diablo es hermafrodita? Y vaya Ilusionista ¿para qué instalarse en una montaña desierta? Tal no es la costumbre de los ilusionistas. ¿De donde saca esa apariencia inspirada, esa toca lemniscate en forma de infinito? (¿El mismo tarot es a la vez jugador y adivino? ¿Es Dios?) ¿Por qué el Loco es el único arcano que no lleva una cifra? (como si la locura amenzase a cada instante al jugador y al iniciado). Y la Muerte no tiene nombre. ¿Por qué ciertos nombres nos engañan? ¿El verdadero tema de la lámina dieciocho es (como se nos anuncia) la Luna – o más bien ese misterioso Cangrejo de río que no aparece más que insensiblemente, azul, en medio del agua azul, pero del que nuestros ojos no se pueden despegar? O aún así, en la lámina deicisiete, la Estrella cede su puesto a la doncella con los dos jarrones y en la lámina diecinueve, el Sol se lo cede a los Gemelos. ¿Por qué los mancebos arrojados de su torre demuestran tanto placer al tocar el suelo no habiendo motivo para tal actuación? ¿Por qué la Fortuna sobre su rueda que está en la última lámina, se transforma, si se le mira de cerca, en esa andrógina que asciende al cielo? ¿Será el alma al fin y al cabo liberada? Esto es de no acabar.
  No quiero explicar ningún arcano. No intento más que aprehender su disposición común y algo así como su insistencia. Si traduzco ingenuamente esta disposición, es ante todo, porque existe un rasgo oculto, común a todo evento humano (que bien nos puede ser revelado por la reflexión, la fé o la leyenda). Entonces no podemos sacar ese rasgo a la luz sin que se nos pierda o se disuelva. En resumen, cada carta tiene su secreto, y ese secreto la arruina tan pronto como se deja percibir.


 "Si miro con paciencia estos singulares pictogramas lo primero que me asombra es su diversidad. Es como si todos los pueblos y todas las mitologías hubiesen sido llamados a colaborar con ellos"

  
3. Del tratamiento de los hechos ocultos


A quien toma en consideración los hechos secretos u ocultos – apariciones, encantamientos, sueños premonitorios, amuletos, telepatía, telequinesis o fantasmas – dos puntos parecen, ante todo, evidentes.
El primero es que observados (o practicados) en todos los lugares y en todos los tiempos por personas valientes – no necesariamente de espíritu fantasioso o quimérico, como son los escritores (e incluso los sabios) no, sino en su gran mayoría sólidos, prácticos y con los pies bien puestos sobre la tierra como lo son cazadores y pescadores, campesinos y soldados – su eterna falsedad sería un acontecimiento mucho más inverosímil (y si se quiere más oculto) que su aparición. Ésta falsedad suscitaría interrogantes aún más difíciles pues quedaría por explicar cómo tantas personas, entre otras cosas honestas, de buen sentido y de espíriu más bien desafiante, han podido, sin haberse consultado entre ellas, cometer billones y billones de veces el mismo error.
  Los sabios ponen mucho cuidado, en su método, al principio de economía, que consiste en enumerar las preguntas y en no agitar más problemas de lo necesario. Y bien, la economia consiste aquí simplemente en admitir, de una vez por toda, que existen eventos que escapan a las medidas de la razón, así como al control de la ciencia, eventos secretos de ningún modo banales ni gratuitos – pero por medio de los cuales participamos (a defecto de no concerlos) en los secretos del mundo, en el origen del mal, en los paisajes del infierno (tal vez incluso en la curación de los reumatismos). La mejor prueba de lo que digo, y la más irrefutable, sería si así se quiere, la siguente : que uno tampoco se hace, no se es sabio por ciencia, ni razonable por razón, sino más bien por una escogencia que sería más bien del orden del misterio o de la fé : por una escogencia precisamente oculta. Hay también un segundo punto, si se piensa, bien pero que no es menos evidente.
  Nunca han faltado quienes se apeguen, desde tiempos inmemoriales, a las apariciones, a los encantos y demás. Con el propósito de arrancar las leyes a las reglas, y de desviar, para provecho personal, sus efectos benéficos, pero también con el fin de alejar de ellos los efectos nocivos. Así pues, las ciencias y las técnicas surgidas de sus esfuerzos comparten un curioso rasgo : es que muy rapido se van por mal camino. Por más verosímil que parezca su punto de partida, por más exactos que sean sus primeros datos, éstas prosiguen y casi siempre se acaban en un parloteo extremadamente pretencioso, pero más bien vacío y vano. A pesar de nuestros penosos y conmovedores esfuerzos, sabemos sólo un poco más sobre las apariciones y los milagros que un Chino del siglo décimo antes de de Cristo. Simplemente sabemos, como él, que los hay.
  Lo menos que se puede decir de los especialistas del ocultismo es que, aún más rápido que sus ciencias, se vayan por mal camino. Nisiquiera pienso en aquellos que sucombieron ante la miseria o las enfermedades infectas. Court de Gébelin, Éliphas Lévi y los Bohemios – a éstos últimos parece haber correspondido la misteriosa función de difundir los tarots por el mundo – tampoco sacaron casi provecho de las maravillas que nos prometen. Saint- Germain, Cagliostro, Mesmer, Casanova, y un poco después Etteila – terminan viviendo en general a expensas de viejas damas inocentes que ansían la inmortalidad. En pocas palabras como le suele pasar tarde o temprano a todos los mediums famosos o hacen trampa o terminan adoptando los oficios más parecidos al de adivino : agentes secretos, delatores ; o aún espías a sueldo del Estado que les paga así por las trincheras, que sólo su laudable preocupación de encontrar un tesoro escondido, les ha hecho excavar.
Entonces, existen hechos ocultos. Y lo menos que podemos decir de ellos es que no se dejan dominar, ni conocer completamente, que no hacen ciencia. Se disuelven o se pierden tan pronto como son puestos a la luz del día. En resumen, no existen por el encuentro sino que son doblemente, esencialmente ocultos.
  Este era precisamente el sentido común de los arcanos y de su existencia.

 ¿Eran necesarios tantos miramientos y tanto esmero para recordar lo que las palabras significan por sí mismas? Seguramente. Que baste con evocar el caos que a este respecto cursa entre nosotros, y cuya intención común sería, aproximativamente, que lo oculto exige ser explicado, revelado, comunicado ; que soporta la luz pero sin perder por ello su virtud. Hay otro aún más tonto (o más repugnante) según el cual lo oculto aspira a ponerse al servicio de nuestros intereses. Es en contra de esto que el amateur de tarots afrima que el secreto no es un azar, ni un accidente ; que no es una simple ausencia, no, sino más precisamente algo así como una naturaleza.
  De todo lo anterior surgió, para el libro siguiente un método particular de lectura ya que sería imprudente tratarlo como un manual de física o de geometría. Es todo lo contrario. No hay que aprenderlo de memoria, ni mostrarlo a todos sus amigos. Claro que hay que leerlo, pero olvidarlo enseguida, y más tarde leerlo de nuevo (sin releerlo nunca). En otras palabras, relegarlo a esa parte secreta de nosotros mismos a la que todo el tarot no es más que una constante alusión.

1949.



Jean Paulhan.






1 Le Tarot de Marseille.
2 Eugène Caslat en su Exposición de El Tarot de Marsella p XVI.
3 Alusión a una expresión francesa “mettre de l'eau dans son vin” (echar agua en su vino) se dice para insinuar moderación en algo.

dimanche 3 février 2013

AVISO AL LECTOR


   Traducción libérrima del Aviso al lector con que Julien Gracq nos presenta En el Castillo de Argol (1938) su primera novela. Entre disquisicones hegelianas y escalofrios sepulcrales dignos de Ann Radcliffe la sombra de la novela negra se proyecta en este texto. Para la realización de esta traducción me he basado en la edición de 2003  de José Corti (pp. 7 - 11). Este texto bien podría ser asemejado a una increíble матрёшка en la que cada proposición y aseveración esconde otra que la afirma o la matiza, proeza técnica de la escritura.








   Quizás no sea muy necesario presentar un relato cuyo contenido puede ser asemejado de manera visibley por esto no presentaré aquí ninguna excusaa ciertos trabajos de una escuela literaria que fue la únicala discusión a este respecto, no es ya posibleen legarnos, en el periodo de la post-guerra, algo más que la esperanza de una renovacióny también la única en reavivar las delicias agotadas del siempre infantil paraíso de los exploradores. La potencia transfiguradora, la eficacia fulminante de ciertas aparicionespara nada quiméricassurgidas en un andén, en una habitación vacía, en un bosque, a la vuelta de un camino, la capacidad de estas mismas para marcar indefinidamente con su garra a todos los que caen en sus trampas, tales nociones se han tornado hoy en día demasiado familiares como para que parezca decente seguir insistiendo en ellas. Tal vez no quedaba más que arrojar esta nueva luz sobre algunos problemas humanos mal definidos, y que sin embargo siguen despertando pasiones, a juzgar por el empeño que han puesto la mayoría de religiones en concederles el primer plano de sus teodiceas. El primer puesto de estos problemas lo ocupa el problema de la salvación, o, más concretamente el del salvador o el del culpable de nuestra condena – con justa razón nunca hemos prescindido del intercesor por miedo a retirar cualquier eficacia a la gracia obtenida – ya que ambas determinaciones no puden separarse dialécticamente. Incluso en este sendero poco frecuentado, no han faltado quienes nos abran el camino. La obra de Wagner se cierra con un testamento político que Nietzsche desacertó en arrojar muy ligeramente como pasto a los cristianos, contrayendo así la grave responsabilidad de extraviar a los críticos en un orden de investigaciones tan visiblemente superficial como lo es la violenta molestia que sentimos hoy en día al oir hablar dela aceptación por el maestro del misterio cristiano de la redención”. Al contrario, la obra de Wagner siempre ha tendido de manera nítida a seguir ampliando las órbitas de su búsqueda subterránea, o más exactamente, infernal, esta búsqueda bastaría, por misma, para darnos a entender que Parsifal tiene otro significado completamente distinto al de la ignominia de la extrema unción de un cadáver, que por lo demás es, en demasía, sensiblemente recalcitrante. Y si este escueto relato no fuese considerado más que como una versión demoníacay por ende perfectamente autorizada – de la obra maestra, podría esperarse que solo de ese punto emergiese algún rayo de luz incluso para los ojos que no quieren ver.
   Las circunstancias, que a menudo han sido tildadas de escabrosas y que circundan la acción de esta nouvelle no le son de ningún modo esenciales. Pensándolo bien, creo que no habría otra forma diferente de considerarlas honestamente más que como el gesto instintivo de un pudor comprensible puesto que solamente la mente puede eximirse aquí de un talno os déjeis engañar” La inalterable resistencia de fenómenos tales como los que acabo de evocar a toda solicitación, por mas familiar que ésta pueda parecer, tiene que ser entendida como la única razón de la mediocre capacidad que tiene este relato de ponerse al alcance de todos.
   Es obvio que sería demasiado ingenuo considerar bajo un prisma simbólico los objetos, actos o circunstancias como los que parecen erigir, en ciertas intersecciones de este libro, una silueta siempre desdichada del poste indicador. La explicación simbólica es un emprobrecimiento tan grotesco de la porción invasora de lo contingente, generalmente escondido por la vida real o imaginaria, que, aparte de cualquier idea indicadora, sólo la noción – virgen y accesible, al rededor de cada acontecimiento – de las circunstancias fuertes y de las circusntancias débiles, podrá, en cualquier caso, y en este en particular, reemplazarla ventajosamente. El vigor, por sí solo convincente, de quelo que está dadocomo lo expresa tan grandiosamente la metafísica, en un libro como en la vida, debería excluir para siempre todas las evasiones de la necia fantasmagoría simbólica e incitarnos de una vez por todas a un acto decisivo de purificación.
   En cuanto a las maquinas de guerra, que en este relato han sido puestas en marcha por todo lado, y cuya función es poner en movimiento los resortes del terror que siempre se manipulan con mucha dificultad, debo decir que me he esmerado en que no fuesen, y sobre todo, en que no pareciesen inéditas, y por ende pudiesen desempeñar desde lo mas lejos posible el papel de una señal de advertencia. No pude dejar de lado el siempre cautivador repertorio de los castillos en ruinas, de los sonidos, de las luces, de los espectros en la noche y de los sueños que nos hechizan antes que nada por su completa familiaridad, y que dan al sentimiento del malestar su virulencia indispensable advirtiendónos con antelación que vamos a temblar – sin que se cometiera un error de gusto de los mas groseros. Así como los estratagemas de guerra no se renuevan sino copiándose unos a otros – haciéndonos experimentar esa sensación de entorpecimiento creador, de gloria y al mismo tiempo de melancolía que se apodera de nosotros cuando pensamos en que la batalla de Friedland es la Cannes y que Rossbach es una repetición de Leuctres(I) – parece ratificarse definitivamente el hecho de que el escritor no puede vencer mas que bajo estos signos consagrados y que sin embargo pueden multiplicarse indefinidamente. Ojalá puedan movilizarse aquí las potentes maravillas de los Misterios de Udolfo, del Castillo de Otranto, y de la casa Usher para que comuniquen a estas débiles sílabas un poco de la fuerza del embrujo que han conservado sus cadenas, sus fantasmas, y sus ataúdes : el autor no hará más que rendirles un homenaje, hecho explícito con deliberada intención, por el encanto que siempre han vertido inagotablemente en él.




1938.




(I)Bajo reserva de confirmación.